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miércoles, 8 de junio de 2011

Proteger la economía ante el riesgo, texto de Robert J. Shiller



Robert J. Shiller
Reforma-7/06/11


El principio básico de la gestión del riesgo financiero es compartir. Mientras más diversificadas estén nuestras carteras financieras, más personas se compartirán los riesgos y menos se verá afectada una en particular por un riesgo determinado. El ideal teórico se cumple cuando los contratos financieros distribuyen los riesgos en todo el mundo, de modo que cada uno de los miles de millones de inversores dispuestos a asumirlos es propietario de una pequeña parte y nadie está sobreexpuesto.

El caso de Japón muestra que, a pesar de la alta sofisticación de nuestros mercados financieros, aún estamos muy lejos del ideal teórico.

Un reciente estudio del Banco Mundial estima que los daños causados por el triple desastre (terremoto, tsunamis y crisis nuclear) de marzo podrían terminar costándole a Japón 235 mil millones dólares (sin incluir el valor de las vidas perdidas), es decir, cerca del 4 por ciento del PIB japonés de 2010.

Teniendo en cuenta los esfuerzos internacionales de socorro y las contribuciones voluntarias a Japón, uno podría pensar que las pérdidas económicas fueron paliadas por otros países. No obstante, algunos periódicos sugieren que las contribuciones procedentes del extranjero se deben calcular en el orden de los cientos de millones de dólares estadounidenses, muy por debajo del 1 por ciento de las pérdidas totales. Japón necesitaba compartir el riesgo financiero de manera real: rara vez la caridad asciende a mucho.

Las compañías de seguros que operan en Japón cubrieron parte de las pérdidas. El Banco Mundial estima en unos 33 mil millones dólares las reclamaciones a aseguradoras. Claramente, los riesgos asegurados fueron una pequeña parte del riesgo total. Además, incluso si está asegurado, gran parte de ese riesgo sigue siendo asumido por ese país.

Antes del desastre, Japón emitió cerca de 1.5 mil millones de dólares en bonos de catástrofes relacionadas con terremotos, como una forma de gestión del riesgo: la deuda se cancelaba si se producía un sismo definido en términos muy precisos. Esto ayudó a distribuir el riesgo de terremotos de Japón hacia los inversores extranjeros, que aceptaban el riesgo y se sentían atraídos por los altos rendimientos esperados.

Por desgracia, 1.5 mil millones de dólares es poco más que lo que pudieron reunir las iniciativas de solidaridad, y todavía apenas una gota en el mar en comparación con la magnitud de los daños. Necesitamos muchos más (y mejores) bonos de catástrofe.

Los países deberían cubrir sus riesgos mediante la emisión de un tipo diferente de deuda nacional, vinculada a su propio PIB o a un indicador similar que mida su éxito económico. Mi colega canadiense Mark Kamstra y yo hemos propuesto la emisión de acciones llamado "billonésimos", que cada año pagarían un dividendo equivalente a una billonésima parte del PIB de ese año, en moneda nacional.

Si el Gobierno de Japón hubiera emitido billonésimos en 1990, cuando su PIB nominal fue de 443 mil millones de yenes, el dividendo pagado el primer año habría sido 443 yenes. Cada año a partir de entonces, habría fluctuado en respuesta a los cambios en el PIB. Los inversionistas asumirían el riesgo del PIB japonés a cambio de un rendimiento esperado, al igual que con los bonos de catástrofe.

Probablemente los billonésimos se habrían vendido a un precio muy alto en 1990, tal vez con una rentabilidad por dividendo bajo el 1 por ciento. La gente en 1990 habría esperado que el PIB japonés creciera rápidamente en las décadas siguientes.

En 2010, cuando el PIB seguía siendo sólo 479 mil millones de yenes, los mismos billonésimos habrían pagado un dividendo de 479 yenes, no mucho mayor que el rendimiento inicial. Con menores expectativas de crecimiento, los billonésimos probablemente tendrían un precio mucho más bajo ahora. Eso habría sido una pesadilla para los inversionistas, pero una bendición para Japón, ya que le habría compensando por las pérdidas sufridas.

La alta relación entre deuda pública y PIB de Japón, actualmente del 202 por ciento en términos brutos, hace necesario pensar que esa relación sería mucho más baja si en el pasado Japón hubiese financiado más de su gasto deficitario con billonésimos en lugar de deuda convencional, y los hubiese emitido a inversionistas de todo el mundo. Una carga de deuda menor le hubiera ayudado a enfrentar su desaceleración económica.

No podemos hacer nada hoy para compensar los fallos de gestión de riesgos en el pasado. Sin embargo, los desastres y las crisis económicas pueden tener un lado positivo si estimulan iniciativas de innovación fundamentales, al obligarnos a pensar sobre cómo gestionar los riesgos en el futuro.


Robert Shiller es profesor de Economía en la Universidad de Yale y economista en jefe de MacroMarkets LLC. Junto con George Akerlof, es coautor de Animal Spirits: How Human Psychology Drives the Economy y Why It Matters for Global Capitalism. © Project Syndicate 1995-2011



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